Pasando olímpicamente

Sí, reconozco que estoy en plan veraniego total. Después de un verano trabajando y otro estudiando en una academia, pensé que un verano de completo sosiego me vendría bien. Y la verdad es que, consumido un tercio de agosto, no solo siento que no lo he aprovechado (porque eso es lo más normal cuando uno no tiene quehaceres), sino que incluso se me está haciendo largo. Lo malo de quedarse cuando todo el mundo se va es que... nadie más se queda.


Hay pocos lugares a los que pueda ir ("en agosto está todo cerrado", dirían nuestras madres) y tampoco tengo muchas ganas de hacerlo en solitario. Así las cosas, uno se queda en casa entre la ducha, la nevera, la tele y el ordenador, y todos los días transcurren en el mismo tedio. Afortunadamente este año es especial, porque tenemos JJOO, y me estoy dando un atracón deportivo de los que hacen época. Lo reconozco, aunque no soy muy practicante, soy un enamorado del deporte, o al menos de ver deporte. Pero no como el español tipo, cuarentón, barrigudo y cerveza en mano cara a la tele (ja, yo no tengo cuarenta), tragándose sin demasiada implicación cualquier deporte que incluya una pelota. A mí me gustan los deportes más marginales, disfruto igual con el salto con pértiga que con el baloncesto, las Olimpiadas tienen algo y es que convierten cualquier deporte en un foco de interés y emoción.

Al menos conmigo funciona así, el resto del año no presto atención a muchos deportes (y aunque quisiera sería difícil, porque no tienen ningún peso mediático), pero llegan los Juegos y parece como si hubiésemos practicado esgrima toda la vida, como si nos hiciéramos unos largos en la piscina los martes y los jueves. Porque otro efecto secundario que las citas olímpicas tienen en mí es que me hacen interesarme y aprender en la medida de lo posible las reglas de los deportes que voy viendo. Y luego comentar la jugada y parecer todos unos entendidos, cuando la verdad es que con casi total probabilidad no volveremos a ver una canoa hasta dentro de cuatro años.

En cualquier caso las Olimpiadas serán mi salvación estos días en los que literalmente no tengo nada que hacer. Puestos a perder el tiempo, prefiero invertirlo en esos valores que dieron origen a esta idea hace más de un siglo. Las alegrías de unos JJOO siguen siendo diferentes, más sanas, más colectivas, más humanas.