Para Martha su padre lo era todo. Su padre, su hermano, su jefe, su ídolo, su dios. Más o menos lo normal cuando tienes cinco años y nunca has conocido a tu madre. Sabía que su familia no era como la de las demás niñas. Que sus amigas volvían después del colegio a una casa donde esperaba una madre. Es verdad que muchos matrimonios estaban rotos, pero a tan temprana edad no distinguía demasiado bien. Tampoco lo echaba de menos: su padre la cuidaba, jugaba con ella, le preparaba el desayuno, la merienda y la cena, la bañaba, la acostaba, le contaba un cuento y le besaba la frente. Su padre era todo lo que tenía.
El caso de Tomás no era muy diferente. Vivía en un agobio tal que no sabía lo que significaba el estrés. No tenía tiempo para saberlo ni para padecerlo. No se lo podía permitir. Trabajaba muchísimo para poder pagar el alquiler de un triste apartamento de sesenta metros cuadrados y los mil préstamos que tenía pendientes. Y la compra, la gasolina del taxi, el colegio de su niña. Su niña. Martha era todo lo que tenía.
Los tiempos nunca fueron buenos, pero fueron a peor. Martha nunca supo por qué tuvo que despedirse de sus amigas y empezar de nuevo en otro colegio, más lejos de casa, pero más barato. Se dio cuenta de que últimamente comía más verdura que pescado y más pollo que ternera. Que en invierno hacía más frío, que su padre jugaba un poco menos y lloraba un poco más; que tenía más ojeras, aunque no sabía lo que significaban. Pero nunca la quiso menos, ni siquiera un poco. Y aunque solo tuviera cinco años, lo notaba. Sabía que su padre siempre estaba ahí.
Un día todo cambió. Su padre pareció enmudecer y ya no la recogía a la salida del colegio; tenía que volver a casa con la madre de una amiga. Dejaron de merendar y de almorzar, y el desayuno pasó a consistir en leche blanca y galletas. Eso sí, su padre pasaba más tiempo en casa. Ya no salía por las noches, después de haberla acostado, a hacer un par de carreras o tres, ni la dejaba a media tarde en casa de la vecina para jugar un rato mientras él ganaba un poco más de dinero. Los vecinos siempre los habían mirado con ternura y piedad, como si se hicieran cargo de su situación pero nada pudieran hacer por ayudarlos. Después del incidente los miraban de otra manera, a Martha le pareció que como con rencor. Solo que ella no sabía lo que era el rencor. No sabía por qué se tenían que cambiar de casa definitivamente, a una distinta, desconocida, peor.
No sabía muchas cosas. No sabía que, accidentalmente, su padre había quitado la vida a un ciclista que se cruzó en su camino, y que desde ese día su único medio de subsistencia había quedado inutilizado. No sabía que su padre hizo todo lo posible por su familia, por ella, por Martha. No sabía que la opinión pública lo condenó como no lo había hecho el poder judicial, que su padre, presionado por la conciencia de los que se creen mejor que él, tuvo que dar un paso atrás para salvar el honor de su familia, renunciando a una vida mediocre en beneficio de una vida peor. No sabía que no sirvió de nada. Y a veces es mejor no saber.
Un clásico vapuleado, el salmorejo
Hace 2 semanas
10 comentarios:
Estremecedor
Estoy hasta los topes estas semanas, pero me mantengo a flote :) (Supongo que como muchos ahora).
Sigo viva, e intentaré actualizar hoy.
Y este texto, genial. Ni los malos son tan malos, ni los buenos son tan buenos.
Un beso!
A veces es mejor no saber...completamente de acuerdo con esa frase.
Jum, actualidad 100%, ¿eh?
Es dificil poder opinar en algunas situaciones, esta es una vez de esas. Lo enfocan demasiado amarillista.
La vida real es una mierda. Y la ley no se puede aplicar de forma imparcial. Y las personas no debemos movernos por verdades universales, sino más bien ponernos de vez en cuando en el pellejo del de al lado.
Wow, se me ha puesto la piel d gallina :S
Y es q a veces como bien dices es mejor no saber, vivir en la "ignorancia" nos puede ayudar en muxos aspectos, como bien se dice "ojos q no ven..." y pienso q en muxas ocasiones es bien cierto.
Saludos y felicitaciones x el relato.
Me has recordado la ultima noticia q vi en television antes de volver a guirilandia. La movida del conductor q pedia la indemnizacion de los daños producidos en su coche por un ciclista "q lo habia arrollado". En ese caso me absengo de opinar, pq no conozco mucho el caso, pero yo fui una vez "atropellada por un peaton". Mi coche salia de una calle secundaria para incorporarse a una avenida principal, velocidad: 10 km h??? y cuando estaba incorporandome un golpe me dio el aviso de q algo habia chocado con el culo de mi coche. Pare y alli estaba ella, una señora tumbada en medio de la calzada q yo no se de donde cojones habia salido. La policia estaba al lado, por lo q todo fue muy rapido, la ambulancia se la llevo y el agente empezo a buscar testigos, nadie habia visto nada. El señor policia me dijo, q aunque ella me hubiera atropellado yo seria la culpable, pq es un peaton y la ley protege a los mas desvalidos, en este caso el peaton (frente a un vehiculo siempre sale peor parado)Me puso un claro ejemplo q me puso los pelos de punta: si un peaton se te cruza por una autovia (lugar por el q bajo ningun concepto puede circular un peaton) no hay cargas penales, pq es un accidente, pero tu seguro correra con todos los gastos y por supuesto indemnizara a la victima. Lo mires por donde lo mires es un empastre. Para el q atropella (o es atropellado) pq al ser vehiculo tiene la carga economica y la moral7sicologica y para el peaton... depende de como quede, pero daños fisicos y si la palma sicologicos para la familia, eso si forrao de pasta. Lo q pasa es q tendemos a ver peor al q la palma, siendo q, como me dijo uno de los policias, los accidentes son accidentes y ocurren pq tienen q ocurrir.
Ejem.... es q no tenia ganas de postear en mi blog y... bueno...ya sabes, jejeje
Pues sí, mejor no saber...
Un texto genial!
Besitos
Al final todo se sabe, más tarde o más temprano.
Y no todo es blanco y negro
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