Against the clock

Supo lo que tenía que hacer desde el primer momento. No era ningún tipo de protocolo, no es que le hubieran dado instrucciones, de hecho fue una idea brillante suya, una sensacional maniobra que podría decidir el futuro de mucha gente. Pero si le hubieran dicho alguna vez que se vería desenrollando un condón en presencia de más de una (tal vez de dos) personas, no se lo habría creído.

No dudó un instante: se levantó de su asiento para coger el ordenador portátil ante el estupor de unos cuantos. Lo abrió y encendió rápidamente. Los segundos que tardó en aparecer el escritorio se le hicieron eternos. Insertó una pequeña memoria USB y comenzó el traspaso de datos. Se decantó por cortar, mejor que copiar. Por si acaso. Eran ocho GB y el diagrama de transmisión avanzaba despacio. Fue entonces cuando, para arañar unos segundos tal vez vitales, sacó un preservativo de su cartera, quitó el envoltorio y lo desenrolló un poco.

No había nada más que pudiera hacer. Los gritos de sus acompañantes se confundían y empezaba a perder el contacto con la realidad. La memoria acabó de cargar y la retiró soltando un gruñido. Ni siquiera reparó en lo de "Quitar hardware de forma segura". Al cuerno. Introdujo rápidamente el pendrive en el profiláctico, hizo un nudo como pudo y lo tragó sin más ayuda que su saliva.

Segundos después yacía en algún lugar del Atlántico. Solo esperaba que la CIA encontrase su cuerpo primero.