17/8/10

Сталинград (I) [R]

Ruinas. Polvo de ladrillo, hierro y piedra. Todo es rojo y gris. Los constantes bombardeos han reducido esta sagrada ciudad, la ciudad de nuestro líder, a una confusa geografía en la que, irónicamente, nosotros nos desenvolvemos mejor que ellos. Ya no quedan edificios, sino sus esqueletos, sustentados por los escombros de lo que una vez fueron sus entrañas. Los cadáveres que se agolpan en las calles son las únicas muestras de vida y color que nos quedan. Rojos y grises. Una ciudad fantasma por la que se mueven espectros luchando por lo que queda de ella. Y ya no queda nada. No es nada. Y lo es todo.

Llegué a Stalingrado a finales de septiembre, cruzando el Volga mientras media docena de stukas escupían fuego desde el cielo. No todos tuvieron tanta suerte, vi a un camarada traspasado por una ráfaga de torso a cabeza. A un metro de mí. Algunos se arrojaban al agua, solo para recibir las balas de nuestros oficiales al grito de traidor. Afortunadamente, a partir del embarcadero lo tenía más fácil. No me lanzaron ladera arriba con un rifle o cinco balas, mi destino era un edificio resguardado en zona segura. No en vano, formo parte de la primera unidad de francotiradores que Chuikov mandó traer a la ciudad.

Al principio era muy sencillo. Los alemanes aún no estaban preparados para esta nueva arma mortífera, bastante tenían con una guerra callejera que no les beneficiaba en nada. Nuestras bajas diarias podían doblar las suyas, pero nuestro número era inmensamente mayor, y el miedo a la desobediencia nos hacía incansables. Y así, aunque tres mil hermanos caían a diario entre balas alemanas y soviéticas, todos los días el Volga traía refuerzos y la batalla seguía empatada.

Entonces llegamos nosotros, y en pocos días causamos estragos. Mi primera víctima fue un teniente alemán. Nos enseñaron a elegir bien los objetivos, en orden descendiente de rango. No acostumbrábamos hacer más de un disparo en cada sitio, y no solíamos necesitarlo. Llevaba dos horas en el interior de una tubería frente a un puesto avanzado enemigo, cuando el anónimo teniente salió a echar un cigarro. No llegó a encenderlo.

Una semana después ya sumaba más de treinta víctimas, todos ellos oficiales, cada vez más jóvenes, u operadores de radio, correos, etc. Objetivos útiles por los que mereciera la pena descubrir y abandonar la posición. No siempre acertaba a la primera, sobre todo si iban corriendo. A veces les alcanzaba en una pierna, y les remataba en brazos del compañero que había ido a socorrerles. Y a este también. Para después salir corriendo, antes de que advirtieran de dónde había salido la bala.

Éramos los francotiradores los soldados más odiados, y desde luego no hacían prisioneros cuando atrapaban a alguno. Al menos, no después de torturarlo. Las bajas causadas en el frente eran aceptables, pero este goteo incesante de pérdidas estratégicas había minado su moral. Los alemanes estaban nerviosos y su respuesta no se hizo esperar: francotiradores nazis.

Ahora es más divertido, y mucho más peligroso. Ya no actuamos con tanta libertad, y de hecho de los catorce que vinimos solo quedamos seis. Los francotiradores alemanes son buenos, pero son sus armas las que marcan la diferencia. A pesar de ello, seguimos siendo mejores, más mortales, más eficientes. Hoy llevo un mes en Stalingrado, y hace una semana que solo cazo a mis semejantes. Los oficiales pueden respirar tranquilos, porque estamos demasiado ocupados jugando una partida dentro de la gran partida. Pero no es suficiente.

Hace siete horas que no muevo un dedo. Nos movemos en espacios más grandes, vacíos de la interrupción de la infantería. Se oyen, no demasiado lejos, disparos y gritos de agonía. Se oye la guerra, se oye la muerte. No demasiado lejos. Pero aquí y ahora estamos dos, él y yo, y los dos lo sabemos. Únicamente desconocemos la posición exacta del enemigo. El primero que lo descubra verá un nuevo amanecer. Y voy a ser yo.

No es fácil decidir cuánto tiempo es demasiado tiempo, no para nosotros. Podría haber estado dos días cuerpo a tierra, entre un camión calcinado y el cráter en el que me oculto. Invisible, o casi. El otro se ha cansado de esperar, o se ha confiado y ha salido a buscar una mejor posición. No importa. A través de la mira telescópica lo veo. Avanza despacio, arrastrándose, cauto, pero no lo suficiente. Es rubio, de ojos marrones, lleva barba de apenas un día o dos. Está sudando. Se detiene, mira a los lados. Tomo aire, lo suelto. Latido, disparo. Blanco, rojo, muerte.

Una sustancia oscura y espesa mana de lo que hace dos segundos era su cabeza. Siempre me he preguntado si llegan a darse cuenta de algo. Detecto un movimiento a la derecha, un leve temblor. No será nada, pero un buen francotirador no puede permitirse no comprobarlo. No hay nada. Espera, sí. Hay otro, eran dos. Siempre han sido dos, y conmigo tres, y ahora me está apuntando. No hay tiempo para nada, para pensar, para precisar, para respirar. Dispara primero. Oigo la explosión antes de darle al gatillo. Hemos disparado casi a la vez. Casi.

La bala me da en el hombro izquierdo. Mi primera herida de guerra. Es un dolor inexplicable, agudo, abrasador. Grito, chillo. No hay tiempo. He disparado pero, ¿le he dado? Tengo que volver a poner mi ojo tras el cristal. El dolor no importa. Quiero verlo. Si no está, o si se mueve, es el final. Pero está. Le he dado, no sé dónde pero le he dado, y ha soltado el rifle. Es mío.

La euforia mitiga el dolor. Salgo de debajo del camión en dirección a la pila de escombros entre la que se confundía. Dejo el rifle en el suelo, no podré dispararlo en varios días. Un pequeño riachuelo de sangre baja por entre las piedras. Le he dado en el torso. Está vivo, pero no por mucho tiempo. Saco la TT-33, una pistola semiautomática que nunca pensé utilizar. Me ve, y dice algo que no entiendo. Es un insulto, no lo entiendo pero no es una expresión de súplica, sino de odio. O de desprecio. Ahora, de cerca, ha reconocido en mí a una joven de veinte años. Demasiado para su orgullo ario. Extiendo el brazo, apunto.


Recojo sus placas y sus pistolas, pero no puedo llevarme las carabinas. Mi rifle ya pesa demasiado para llevarlo con un brazo herido. Al menos estaré un par de días lejos de todo esto. Hoy han sido dos, llevo ocho en una semana. Estoy orgullosa de mí misma. Son solo números. No puedo permitirme que sean nada más.

34 comentarios:

dEsoRdeN dijo...

Si ya lo decían las Objetivo Birmania...

http://www.youtube.com/watch?v=JdedFCz5Agk

Yyrkoon dijo...

Muy "enemigo a las puertas", mola.

No cogé ventaja, ¡miarma! dijo...

Eres acojonantemente bueno. Cada día me gusta más lo que escribes y, sobre todo, como puntuas.
Un abrazo

Hierbabuena glass dijo...

Me ha encantado, como siempre. Esos giros tuyos hacen bailar la palabras ^^ Me encantan esos detalles. Eres genial (aunque creo que con estas cosas que te digo me estoy repitiendo...) XD

Un beso!

Anónimo dijo...

Sobrecogedor, impactante y como siempre sorprendente, no esperaba que el francotirador fuera una chica !
Me ha encantado !

Besos !

jovenescritora dijo...

Me ha encantado, me has tenido pegada a la pantalla toda la lectura :)

SOMMER dijo...

Eres sorprendente, amigo X. Una vez más, te superas.

Abrazos

MFe dijo...

ayyy.. qué poquito me gustan las guerras... pero reconozco que te ha quedado un buen relato...
Mientras lo leía parecía que la estaba viendo a ella... Me la imaginaba tipo
Lisbeth Salander, jeje..

Un beso!
(por cierto, te mandé un mail)

Leticia dijo...

¡Buena chica...!

barbaria dijo...

No pensé que al fnal fuera una mujer. Me cuesta creer que las mujeres sean capaces de matar tan a sangre fría, tras horas de espera. Pero una guerra es una guerra.
Al final todos somos capaces de todo.
Buen relato, buenísimo.

Anónimo dijo...

Sorprendente, qué puedo decir. :)

Un beso!

Uma dijo...

Confieso que pensé que moriría el prota...o la prota...pero me ha gustado mucho!!
besos

INTERSEXCIONES dijo...

Me ha encantado leerlo. Y más, siendo rusa.
Gracias

Pio dijo...

Joer que bueno, me ha recordado a enemigo a las puertas y al libro Alto riego de Kent Follet y ya de paso a la gran evasión XD
Besets

Abbie dijo...

Impactante,, aunque odie estos temas :(

Arien dijo...

El principio me ha recordado mucho a como describió Stephen King una ciudad parecida en una de sus historias.
Y me ha gustado mucho descubrir que era ella :)
Muaa!

VAN dijo...

Muy bueno, lo mejor es que nunca pierdes el ritmo. Enhorabuena

Engreído dijo...

Genial, como en su momento.

VANE ALIVE dijo...

Como siempre y no porque todos lo digan.. genial!!
Muackk

Myowndisaster dijo...

leyendo la historia de belinda y horacio...



ya me imaginaba el final...pero aún así, he sentido un escalofrío por todo el cuerpo...

has logrado emocionarme con palabras


artista

un beso

Su dijo...

Nunca he entendido las guerras, y no soy capaz de imaginarme lo que se siente, espero no averiguarlo nunca.

Y veo que el amor te sienta bien, cada vez escribes mejor ;).

Sally dijo...

Buena capacidad de capturar la atención del lector hasta el final...
Por cierto, el título te lo has currado ;-)

entre sonrisas dijo...

solo una palabra:genial

Yopopolin dijo...

muy bueno, again... xD

La Maga dijo...

Tú y tus finales inesperados...el día que te pille desde el primer párrafo me sentiré orgullosa de mí misma. Increíble!!

Besos ^^

Lisset Vázquez Meizoso dijo...

Me gusta esa chica. Me gusta lo que sale de tus dedos y de tu imaginación. Besos.

Laaii ♥ dijo...

Odio las guerras -.-
Hubieron partes qe me sorprendieron bastante jaja xD

tishta dijo...

me recordaba muchoo a cierta peli de la que no recuerdo el título, y a las historias que me explicaban jóvenes de mi edad en Sarajevo...
me sorprendió que fuera chica, claro. muy buena
un abrazo


iplesses

Silvia☺ dijo...

Nunca pense que fuera una chica :P Me ha encantando!!!! Es genial como detallas todo!!
uN beso si puedes pasate!!

Vértigo dijo...

muy bueno!!!!

hana dijo...

¿qué es la hipocresía? preguntaba una mujer a un hombre cobarde


la respuesta a las injurias dicen es el SILENCIO


Sigue con tus historias son muy buenas

Simone Marie dijo...

Estupendo..en mi caso he leído la historia al revés pues llevo tiempo sin aparecer y me estoy poniendo al día en tu blog.

Me gusta como has retratado a esa mujer, no me gustan las guerras ni las personas sin sentimientos, pero supongo que en una guerra debes limitar esos sentimientos y me encanta que ella sea fuerte y que para ella las víctimas sean sólo números..me gusta porque demasiadas veces se retrata a la mujer como algo demasiado sentimental como para hacer determinadas tareas entre la que se encuentra esa.

Besos guapo y voy a seguir poniéndome al día

Rara Avis dijo...

Me ha recordado a enemigos a las puertas, sin embargo esta genialmente escrito, con las descripciones justas y nos dejas con las ganas de seguir leyendo... menos mal que recién he regresado, un poquito tarde, y ya has publicado la continuación... asi que voy corriendo a leerla...

Abrazos....

Claire dijo...

Leí en algún sitio "la guerra es una masacre entre gente que no se conoce, para provecho de gente que sí se conoce pero que no se masacra". Al leer tu relato la recordaba. Eso ocurrirá realmente. Que en la guerra se deja de ser persona para ser un número, un soldado cuya misión es matar.. que horror. Y ese detalle machista.. un relato genial. Ahora a la segunda parte :-)