2/9/09

Cinco vidas [R]

Para Martha su padre lo era todo. Su padre, su hermano, su jefe, su ídolo, su dios. Más o menos lo normal cuando tienes cinco años y nunca has conocido a tu madre. Sabía que su familia no era como la de las demás niñas. Que sus amigas volvían después del colegio a una casa donde esperaba una madre. Es verdad que muchos matrimonios estaban rotos, pero a tan temprana edad no distinguía demasiado bien. Tampoco lo echaba de menos: su padre la cuidaba, jugaba con ella, le preparaba el desayuno, la merienda y la cena, la bañaba, la acostaba, le contaba un cuento y le besaba la frente. Su padre era todo lo que tenía.

El caso de Tomás no era muy diferente. Vivía en un agobio tal que no sabía lo que significaba el estrés. No tenía tiempo para saberlo ni para padecerlo. No se lo podía permitir. Trabajaba muchísimo para poder pagar el alquiler de un triste apartamento de sesenta metros cuadrados y los mil préstamos que tenía pendientes. Y la compra, la gasolina del taxi, el colegio de su niña. Su niña. Martha era todo lo que tenía.

Los tiempos nunca fueron buenos, pero fueron a peor. Martha nunca supo por qué tuvo que despedirse de sus amigas y empezar de nuevo en otro colegio, más lejos de casa, pero más barato. Se dio cuenta de que últimamente comía más verdura que pescado y más pollo que ternera. Que en invierno hacía más frío, que su padre jugaba un poco menos y lloraba un poco más; que tenía más ojeras, aunque no sabía lo que significaban. Pero nunca la quiso menos, ni siquiera un poco. Y aunque solo tuviera cinco años, lo notaba. Sabía que su padre siempre estaba ahí.

Un día todo cambió. Su padre pareció enmudecer y ya no la recogía a la salida del colegio; tenía que volver a casa con la madre de una amiga. Dejaron de merendar y de almorzar, y el desayuno pasó a consistir en leche blanca y galletas. Eso sí, su padre pasaba más tiempo en casa. Ya no salía por las noches, después de haberla acostado, a hacer un par de carreras o tres, ni la dejaba a media tarde en casa de la vecina para jugar un rato mientras él ganaba un poco más de dinero. Los vecinos siempre los habían mirado con ternura y piedad, como si se hicieran cargo de su situación pero nada pudieran hacer por ayudarlos. Después del incidente los miraban de otra manera, a Martha le pareció que como con rencor. Solo que ella no sabía lo que era el rencor. No sabía por qué se tenían que cambiar de casa definitivamente, a una distinta, desconocida, peor.

No sabía muchas cosas. No sabía que, accidentalmente, su padre había quitado la vida a un ciclista que se cruzó en su camino, y que desde ese día su único medio de subsistencia había quedado inutilizado. No sabía que su padre hizo todo lo posible por su familia, por ella, por Martha. No sabía que la opinión pública lo condenó como no lo había hecho el poder judicial, que su padre, presionado por la conciencia de los que se creen mejor que él, tuvo que dar un paso atrás para salvar el honor de su familia, renunciando a una vida mediocre en beneficio de una vida peor. No sabía que no sirvió de nada. Y a veces es mejor no saber.

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Este relato lo escribí a principios de febrero del pasado 2008. Aunque en aquel momento no hacía falta precisarlo porque la noticia era reciente, ahora, más de un año y medio después, puede que sea conveniente refrescar la memoria. El 26 de agosto de 2004 Tomás Delgado atropelló a Enaitz Iriondo, un ciclista de diecisiete años que se saltó un Stop cuando regresaba al camping donde veraneaba. Hasta aquí todo normal, aquello no fue noticia, el conductor fue declarado inocente y el asunto se olvidó hasta que años después -si no estoy equivocado, en marzo de 2006- decidió solicitar a la aseguradora y los padres 20.000 € en concepto de reparación de su coche y alquiler de uno nuevo que necesitaba para trabajar mientras el otro estaba en el taller.

Aún así nada de esto fue noticia hasta final de enero de 2008, cuando el juicio por la indemnización había de celebrarse. Tal fue el revuelo, tal la persecución mediática y social, que antes de comenzar la vista el propio Tomás Delgado, que ni se presentó, renunció a la demanda a través de su abogado, incluso sabiendo que los padres de Enaitz estaban haciendo lo posible por reabrir el caso por la vía penal.

El relato, por supuesto, está simplemente basado en hechos reales, pues todas las circunstancias que rodean al Tomás de la ficción son inventadas. Sin embargo, no es menos cierto que el juicio social al que fue sometido se produjo igualmente bajo el absoluto desconocimiento de su entorno y su vida. Como casi siempre.

31 comentarios:

YoMisma dijo...

Vaya...

Me has dejado sin palabras.

Muy buena narración.

Saludos,
YoMisma

Marta dijo...

Hostias X, no me hagas ésto, no puedo empezar el día lloriqueando.

Paula dijo...

Joder, X, tú siempre dándole un nuevo punto de vista a la historia.
Me quito el sombrero, chaval. Muy bueno.

Laura dijo...

Aish...ahora cada vez que coja el coche y vea un ciclista de éstos que me ponen de tan mala leche me acordaré de ésto.
Como siempre, fantabuloso.

Sr. D. Javier de García dijo...

Hay momentos (muchos) en los que echo de menos un poco de esa inocencia infantil en mi vida. O debería llamarse ignorancia? Cuántas veces habré dicho "ése no sabe lo que es la vida". Pues reconozco que siempre existe un amargo puntito de envidia!

Me identifico más con Tomás. Con tantas cosas que hacer, que me olvido de disfrutar de lo que tengo.

Muy crudo, pero bueno!

NUT dijo...

Que historia más triste...
Estaría bien recuperar la inocencia perdida a veces...

Me ha gustado mucho.;)

Besos.

maba dijo...

joder...

muerta, me has dejado muerta y con congoja

has dado en la diana

a mí ya me llegaba bastante la historia de Martha y Tomás... como para darle esa vuelta de tuerca..

digo yo.. tngo que volver a leerlo porque... me he perdido en las cinco vidas

besos

Anita Patata Frita dijo...

Que duro... uf!

:)

Farfalla Dimora dijo...

¿Y qué decir?
Los seres humanos son crueles por naturaleza.

Buena prosa.

Un beso

Girl From Lebanon dijo...

Que duro relato...

Bss!!!

Ro dijo...

Repitiendo???? joe macho!!!!

Yopopolin dijo...

Duro, crudo, real, reflexivo, genial!

Ahora, yo lo hubiese titulado "Tres vidas", las otras dos no las encuentro... ¿acaso los vecinos?

Mary Lovecraft dijo...

qué triste :((((

Sandra dijo...

A veces un juicio popular es mas cruel que uno judicial. Triste prque de la opinión de la gente no te libras nunca.

Un duda... porque Martha y no Marta?? :S

Besitos moreno.

Anónimo dijo...

Me encató.

A veces la inocencia lo es todo... como dices, mejor no saber.

Un beso!!!

Claire dijo...

Da mucha pena... es verdad que cuando hay un accidente así, imagino que el que lo causa y sobrevive también sufre un montón. Besos.

Yyrkoon dijo...

Y siguiendo con las narraciones biográficas, hoy... Farruquito!!!

Gilda dijo...

Uyss!! Cuando creemos que y ahemos tenido bastante y que ya vamos para arriba,resulta que la vida nos pone otra vez la zancadilla, y no contento con esto, nos vemos en el derecho de juzgar a los demas a costa de lo que sea.
Buen comienzo despues del veranito.
Un beso

ardid dijo...

Mmmm...una forma de verlo diferente, atrevida. Juzgamos mucho verdad?

Me ha gustado =)

maria dijo...

Jolines, duro pero suena a real... ains... que triste que me dejas señor..

Nadia dijo...

El relato sobre la otra cara de la moneda que muy a menudo olvidamos y siempre juzgamos. Y visto desde la inocencia de esa niña.
Fantástico!

Allek dijo...

hola!
pasaba a invitarte a mi caja..
un abrazo!

Yandros dijo...

Pues me alegro que alguien escriba desde otro punto de vista, porque la mass media nos deja sin opinión, nos conduce como borregos por donde quieren, y juzgan con mayor firmeza que el propio poder judicial.
Un saludo

tishta dijo...

como la vida misma, no todos tienen la suerte de que les dejen ser felices

Anónimo dijo...

A pesar de todo, de no tener dinero para trabajar, no debía haber pedido una indemnización. Mató a un niño.
¿Y si le hubieran matado a su Martha y encima le pidieran indemnización por golpes en el coche?
Un poco de ética, plis.
Bessetes discordantes, :P.

Alas dijo...

Creo que llevo demasiado tiepo visitandote... de todos modos el apunte "histórico" me ha refrescado la memoria.

Besos

Claire dijo...

Vaya sí que recuerdo yo ese caso... no imagino yo a Tomás Delgado como "el padre de tu Martha" que tanta pena nos ha inspirado. La verdad que es un tema muy "delicado", pero a mí cuando este señor salió por la tele, pena no me dió y él por su parte tampoco parecía muy apenado. Pero tampoco pienses que escribiéndo esto lo condeno, sólo expongo mi humilde percepción...
Besos.

Engreído dijo...

Hablar, hablar y más hablar, pero nunca saber.

Casi, casi, me sale 'undead' como veririficación.

Johan Bush Walls dijo...

Le quedó muy bien la reinvención del hecho real.

Salú pue.

el secreto de las tortugas dijo...

Tu relato da que pensar, es cierto que muchas veces juzgamos a las personas sin saber, pero en esto y en muchos aspectos de la vida.

Un besito. Y Martha mejor que no sepa nada :)

mochuELIn dijo...

Desgraciadamente a veces es mejor no saber, vivir en la ignorancia nos protege... Cuando ya has sido juzgado y condenado nada rescata el honor, ni deja ver la verdad, nada en absoluto.
Recordaba la historia, me impresionó mucho ese caso como otros... Buen relato, como siempre