Miracle

Terry Carpenter apostó los últimos dos mil dólares que le quedaban al caballo número siete de la quinta carrera. Perdió. Le había llegado un soplo, uno que debió desoír. Ahora ya no importa, porque no ganó, pero esperaba, con el dinero resultante, cubrir las deudas que lo asediaban. Debía unos veinte mil a un ser llamado Dos Caras, empresario de éxito por la mañana y capo de la mafia neoyorquina por las noches. Jamás le habría pedido un préstamo a una persona tan peligrosa, pero en el mundo del juego hay muchos tipos de pago, y su deuda entró en canje en alguna oscura operación.

Su prestamista de toda la vida era un tipo de fiar, dentro de la imposibilidad de esa expresión en este mundo, pero ahora ya no le debía dinero a él. Malo para Terry, a quien hasta ahora le había permitido generosas demoras. Dos Caras, cuyo nombre verdadero era John Cortez, no hacía gala de esa generosidad. Al día siguiente se cumplían las dos semanas que sus matones le habían dado de plazo para pagar.

Fueron puntuales. A las nueve de la mañana se lo llevaron a un callejón. Terry esperaba que le pegasen dos tiros, pero Cortez debió pensar que mejor veinte mil dólares que nada, así que le dieron veinticuatro horas. Terry no tenía ya modo alguno de conseguir ese dinero. Pensó contárselo a su joven esposa, quizá coger el coche y salir corriendo, pero conocía a Cortez y sabía que eso solo prolongaría su agonía, que finalmente los acabaría encontrando. Esa noche hizo el amor con ella como si no hubiera mañana, y salió a las ocho dispuesto a quitarse la vida.

Aún le dio tiempo a tomarse un café y a leer el periódico. Dio un corto paseo mientras se planteaba si era mejor arrojarse por un puente o acudir donde su acreedor, al menos dar la cara y obligarle a gastar una bala. En esa disyuntiva estaba cuando un Boeing 767 de American Airlines hizo desaparecer al completo la oficina de Cortez en una gran explosión.