17/3/08

Advice

El inspector Castillo esperó a que su superior se marchara del despacho dando un sonoro portazo. Era la cuarta vez que se le escapaba un poderoso tratante de blancas, la cuarta vez que la cagaba. Se le había agotado el crédito pero eso era lo de menos. Lo que más le jodía era ver cómo su reputación empezaba a caer en picado. Porque él era implacable, un tipo frío, duro, sin muchos amigos en el cuerpo, un raro, maniático y neurótico, alguien que nació para ser traficante pero que acabó siendo su mayor pesadilla.

Sin embargo el tal Nemov se le resistía. Parecía anticiparse a sus movimientos, aunque era raro de por sí, pero pudo entender un error aislado; la segunda vez ya era sospechosa, la tercera, imposible. Advirtió que pasaba algo y que había de obrar en consecuencia. Sabía que un nuevo fracaso le dejaría en la cuerda floja, pero le daba igual. Esta vez era distinto porque esta vez el cebo era para otro. Y había picado.

Llamó al subinspector Suárez, su hombre de confianza, un poli de toda la vida que le sacaba no menos de quince años, de la vieja escuela, padre de familia, un buen tipo, o eso pensaba. Se encontraba dando una conferencia sobre narcotráfico en la capital de la que regresaría esa misma noche, puesto que el ruso parecía haberse esfumado del todo esta vez y habría de reasignarle en algún lado. En cuanto descolgó, le soltó lo siguiente a bocajarro:

- Sé que eres el topo, que has estado pasando información a Nemov, que sigue suelto gracias a ti. Esta noche iré a tu casa y mataré a tu mujer y a tu hija. Si quieres vivir, no regreses jamás de Madrid.

Y colgó sin esperar respuesta. Suárez conocía demasiado bien a Castillo como para saber que no iba de farol. Poco importaba si estaba o no en lo cierto y cómo lo había averiguado, tenía la certeza de que su familia moriría mientras él estaba en el avión. No tenía tiempo para planes de emergencia, ni tampoco para inventar una excusa por la que no presentarse allí donde se le esperaba, pero eso era lo de menos. Tenía que hacer algo para impedirlo.

Salió corriendo del hotel en dirección al aeropuerto mientras trataba, móvil mediante, de contactar con alguien que pudiera proporcionarle un asiento en un vuelo anterior al suyo. Pensaba que, si lo lograba, llegaría a casa antes de que oscureciera, cuando todavía se le supondría en la conferencia, y que podría llegar a tiempo de evitar el doble homicidio. Consiguió al menos el primero de sus objetivos.

No bien hubo aterrizado, se dirigió al parking donde había dejado su coche. Miró el reloj, iba bien de tiempo. En media hora estaría en casa. Abrió la puerta, se sentó y, sin abrocharse el cinturón de seguridad, introdujo la llave e inició el motor. Todo saltó por los aires. Su todoterreno se convirtió en una bola de fuego de la que Suárez nunca llegaría a salir. Todavía con vida, pudo ver acercarse a su jefe, el inspector Castillo, que llegó hasta las inmediaciones del coche con absoluta parsimonia. Por un momento le pareció que le ayudaría a salir, pero sólo escuchó su epitafio:

- Te lo advertí, viejo amigo. No sé por qué siempre has ignorado mis consejos.

Y se fue como vino, mientras ajustaba un silenciador a una pistola que no era la reglamentaria.

8 comentarios:

Juan Antonio González Romano dijo...

Vaya tela con los tipos duros. El relato engancha, X. Bueno.

Zurda dijo...

Me encantan las historias policíacas.

Alas dijo...

Sorprendente

ardid dijo...

A mí también me gustan las historias policíacas.

Kane dijo...

Cuando sea mayor quiero ser como Castillo.

chiisana dijo...

No soy muy de novela policíaca, pero el relato esta muy bien, el final sorprendete ^^-

Santiago dijo...

omg, me encanta *_* me recuerda a la peli de infiltrados (que te den un óscar, colega!!) ^_^

Alas dijo...

Es posible...